Muriel Barbery

nadie parece haber caído en la cuenta de que si la existencia es absurda, lograr en ella un éxito brillante no tiene más valor que fracasar por completo

estamos programados para creer en lo que no existe, porque somos seres vivos que no quieren sufrir.

Ser pobre, fea y, por añadidura, inteligente, condena en nuestras sociedades a trayectorias sombrías y desengañadas a las que más vale resignarse lo antes posible.

La inteligencia ya no se ve como una justa compensación de las cosas, una manera de restablecer el equilibrio que la naturaleza ofrece a los menos favorecidos de entre sus hijos, sino como un juguete superfiuo que realza el valor de la joya.

Si uno ascendiera en la escala social de manera proporcional a su incompetencia, os puedo asegurar que el mundo no marcharía como marcha.

hay nada más difícil e injusto que la realidad humana: los hombres viven en un mundo donde lo que tiene poder son las palabras y no los actos, donde la competencia esencial es el dominio del lenguaje.

El ritual del té, esta repetición precisa de los mismos gestos y de la misma degustación, este acceso a sensaciones sencillas, auténticas y refinadas, esta licencia otorgada a cada uno, sin mucho esfuerzo, para convertirse en un aristócrata del gusto, porque el té es la bebida de los ricos como lo es de los pobres, el ritual del té, pues, tiene la extraordinaria virtud de introducir en el absurdo de nuestras vidas una brecha de armonía serena.

los malvados de verdad odian a todo el mundo, desde luego, pero sobre todo se odian a sí mismos. ¿No os dais cuenta, vosotros, cuando alguien se odia a sí mismo? Ello lleva a estar muerto sin dejar de estar vivo, a anestesiar los malos sentimientos pero también los buenos para no sentir la náusea de ser uno mismo.

La gente cree ansiar y perseguir estrellas, pero termina como peces de colores en una pecera.

Morir ha de ser un paso delicado, un deslizarse suavemente hacia el descanso.