Desde la Baja Edad Media hasta bien entrada la Edad Moderna tuvo lugar la edad de oro de la persecución contra la brujería, y los tribunales civiles complementados por la Inquisición “se pusieron las botas”. Las brujas y los brujos fueron objeto de una desmedida represión, cuando en su mayor parte eran personas inofensivas que la gente mitificó, y aumentaron en grado sumo el número de los practicantes provocando una auténtica cacería. Quizás en el alborear de los tiempos, en épocas antiguas o antes del encuentro con el Nuevo Mundo o entre los pueblos todavía no desarrollados, convenga la etiqueta sangrienta a brujas, brujos o hechiceros.