eocrático es aquel Estado que no se diferencia de la religión. La religión domina la vida de toda la sociedad. Es lo que sucede en casi todos los estados musulmanes, e Irán es un ejemplo palpable. En el Estado que recibe el nombre de confesional, la jefatura de dicho Estado es ejercida por algún partido religioso. En el Líbano, caso claro de confesionalidad, se alternan en el poder gubernamental los cristianos maronitas y los musulmanes. Criptoconfesional sería aquel en el que bajo la apariencia de laicidad se favorece a una determinada religión. Por eso España, y lo mismo Italia, no son plenamente laicos. La Constitución española concede ciertos privilegios, apoyándose en razones culturales, al catolicismo. Llama la atención que en países teóricamente muy secularizados la religión continúe teniendo, al menos formalmente, considerable poder. En Gran Bretaña, por ejemplo, la religión oficial es la anglicana y la reina mantiene, al mismo tiempo, la jefatura de la Iglesia, con el curioso arrinconamiento de los católicos, que, como revancha, se han convertido en un grupo elitista por excelencia. Y si de los Estados pasamos a los partidos, en Alemania manda la Democracia Cristiana, denominación no solo confesional sino que suena a algo tan absurdo como hablar de matemáticas cristianas.