Gracias, hermano, por hacerme de espejo, por mostrarme mi cara oculta. Ahora sé que no existe un yo sin un tú, ni un tú sin un yo. Vivimos en la ilusión de la separación y nos proyectamos mutuamente nuestras culpabilidades inconscientes, nuestros miedos, nuestros juicios, nuestras inquietudes. Tengo impulsos de corregirte, de querer cambiarte, porque me molesta lo que haces, cómo vives, cómo vistes y, sobre todo, cómo piensas. Ahora sé que todo lo que veo en ti es mi proyección, sobre todo lo que me gusta y lo que me disgusta. Te bendigo porque solamente puedo bendecirme a mí mismo y, gracias a ti, lo puedo hacer con plena conciencia.