Roberto Santiago

  • Aida Ortiz R.цитирапреди 5 месеца
    Pues bien, después de decirme tantas veces que mentir era lo peor del mundo y que también era un pecado y todo eso, una mañana mi padre dijo una mentira.

    Fue un día que me llevó al colegio en su coche. Normalmente venía a recogerme el autobús de la ruta, pero ese día mi madre no estaba, y nos quedamos dormidos, y perdí el autobús. Yo tenía un examen de sociales a primera hora. Así que nos fuimos sin desayunar ni nada, corriendo a todo correr.

    Cuando llegamos al colegio ya habían empezado las clases, y el profesor de sociales, que además es el jefe de estudios, se puso delante de mi padre y dijo que yo no podía entrar hasta la hora siguiente. Le pedí por favor que me dejara hacer el examen, pero me respondió que eran las normas: el que llegaba tarde se quedaba en el pasillo hasta la hora siguiente.

    Miré a mi padre, que hasta ese momento se había quedado a mi lado sin decir nada. Los dos sabíamos que la culpa era suya, porque se le había olvidado poner el despertador. Mi padre abrió la boca, y ocurrió.

    Dijo una mentira gigantesca. Una de esas mentiras que yo pensaba que te condenaban directo al infierno.

    —Hemos tenido un accidente con el coche —le dijo al profesor—. Por eso hemos llegado tarde.
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