Qué sugestiva era la escritura de Lila, contemplé las ollas con creciente inquietud. Me acordé de que siempre le había gustado su brillo, cuando las lavaba se dedicaba a lustrarlas con mucho cuidado. No era casualidad que, cuatro años antes, hubiese hecho caer sobre ellas el chorro de sangre brotado del cuello de don Achille cuando fue apuñalado. Y en aquellas ollas había depositado la nueva sensación de amenaza, la angustia ante la difícil elección que la esperaba, haciendo explotar una a modo de señal, como si su forma hubiese decidido ceder de buenas a primeras. ¿Sabía yo imaginar esas cosas sin ella? ¿Sabía dotar de vida a los objetos, hacer que se torcieran al unísono con la mía?