¿Acaso no era lo que siempre había deseado? El mapa de Joya que descansaba en la bolsa de papá, que me colgaba del hombro, tenía un enorme espacio en blanco en el centro, y yo me disponía a descubrir qué había allí. Papá no había podido explorar su propia isla, en parte porque le intrigaba lo que había más allá del océano, pero yo sabía que lo lamentaba. Ahora podría dibujarlo para él. Un escalofrío de excitación me recorrió la columna vertebral, hasta que caí en la cuenta de que Márquez me miraba, hostil. Adopté la expresión huraña que había puesto Pablo, imitándolo lo mejor que pude